Retrato de un artista melancólico: Vincent van Gogh

«Sufrir sin quejarse es la única lección que debemos aprender en esta vida».
Vincent van Gogh

Parece curioso que la melancolía y la depresión estén ligadas a la producción artística. Ya hemos hablado sobre la postura de la melancolía como “enfermedad sagrada” y cómo ésta puede llevar al individuo a una representación máxima de su pensamiento. No obstante, en nuestra sociedad contemporánea nos resulta extraña esta aseveración, ya que la perspectiva clínica sobre la melancolía y la depresión apuntan a una decadencia poco tolerable para la generación, una perspectiva de la cual se pretende huir mediante discursos generales que apuntan sólo al lugar común de la felicidad o de la idealización de un personaje productivo.

A lo largo de la historia del arte hemos sido testigos de personajes que han sucumbido ante el abrazador sentimiento melancólico, el cual han sabido llevar a su más sublime interpretación por medio de su arte, pero, ¿qué sucede cuándo este estado del ser sobrepasa al mismo individuo y lo consume totalmente?, ¿qué pasa cuando el arte no es suficiente para calmar dicho estado?

El caso de Vincent van Gogh podría ilustrar estas cuestiones. Van Gogh fue uno de los precursores del postimpresionismo en la pintura al rebuscar e innovar una técnica en el uso de la pincelada y la luz para crear composiciones llenas de colores vivos y figuras más libres que representaban escenas de la vida cotidiana.

Todos hemos visto, oído y hablado de van Gogh, tanto del hombre como de las obras de su autoría que hoy en día han sido reproducidas en miles y miles de mercancías efímeras como playeras, bolsas, tenis, cuadernos, mochilas y un largo etcétera. Sin embargo, para conocer la perspectiva del “genio melancólico” que representa van Gogh debemos atender más que a su obra pictórica, ya que también su narrativa enmarca diversos pasajes significativos y catalizadores de su trabajo.

Cartas desde la locura recopila las misivas de Vincent hacia su hermano menor Theo, quien fuera su principal ayuda financiera y de difusión, ya que se desempeñaba como mercader de arte a lo largo de Francia. Vincent escribió más de 600 cartas entre familiares y amigos, sin embargo, fue su hermano con quien entabló más conexión y dejó un vivaz reflejo de su estado mental. Desde fines de 1888 hasta el 29 de julio de 1890 (fecha de la última carta de Vincent y también el día de su muerte) fue la etapa en que van Gogh presentó los más severos casos de su locura, haciendo testigo a su hermano de sus principales preocupaciones financieras, artísticas y mentales.

Vincent comienza un deterioro marcado en el tratamiento de los temas con su hermano; al principio podemos verlo como una persona preocupada por su situación financiera, ya que en diversas ocasiones agradece a su hermano su apoyo, pero solicita aún más francos para solventar sus gastos, asimismo, somos testigos de los cálculos meticulosos que debe realizar, mes con mes, para salir adelante con la renta de un cuarto, su alimento y, sobre todo, los materiales necesarios para sus cuadros.

Al llegar a este punto es clara la pasión con la que van Gogh seguía su arte al describir a detalle cada uno de sus futuros cuadros:

“He aquí un croquis muy vago de mi última tela; una fila de cipreses verdes contra un cielo rosa, con un cuarto creciente limón pálido. En primer plano, un terreno yermo, arena y algunos cardos. Dos enamorados; el hombre, azul pálido y sombrero amarillo; la mujer, con un corpiño rosa y una falda negra”.

Jardín del poeta – Vincent van Gogh (1888)

Asimismo, Vincent comienza a dar muestras de su condición tanto mental como su impacto como artista.

“Y no puedo hacer nada ante el hecho de que mis cuadros no se vendan. Llegará un día, sin embargo, en que se verá que esto vale más que el precio que nos cuestan el color y mi vida, en verdad muy pobre”. [1]

A mediados de octubre de 1888, Paul Gauguin llegó a la casa de Vincent en Arlés para iniciar con el trabajo de un taller impresionista. Gauguin no fue el único pintor al que van Gogh contactó, sin embargo, sí fue el único que decidió llegar para apoyar a su amigo. Para Vincent la presencia de Gauguin era muy importante, ya que lograba aminorar su enfermedad a través de la compañía y su ánimo para seguir trabajando en sus telas.

Su llegada retrasó casi durante 3 meses la explosión de un acto de locura en Vincent, no obstante, el 23 de diciembre ocurrió, quizá, el punto de quiebre en la cordura de van Gogh y su relación con Gauguin. Ese día, van Gogh le arrojó un vaso a Gauguin.

Por si fuera poco, fue el 24 de diciembre que Vincent siguió a Paul Gauguin a lo largo de la plaza Víctor Hugo con una navaja en la mano listo para atacar a su compañero; ante la sorpresa, Gauguin lo encaró e inmediatamente van Gogh dio media vuelta y regresó por su camino. A la mañana siguiente, Gauguin se enteró de lo peor al llegar a su pequeña casa amarilla llena de toallas ensangrentadas por todos lados: Vincent había cortado su oreja en un arrebato de locura.

Sobre este acto, Gauguin mencionó:

«En los últimos tiempos de mi estancia, Vincent se volvió excesivamente brusco y ruidoso. Después silencioso. Esa tarde fuimos al café. Él tomó un ligero ajenjo. Repentinamente me tiró a la cabeza su vaso y el contenido. Yo evité el golpe y tomándole de los brazos salí del café».

A la noche siguiente, Gauguin se dispuso a regresar a París:

«Llegada la noche yo había bosquejado mi comida y experimentaba la necesidad de ir solo a tomar el aire por los senderos de laureles en flor. Había atravesado ya la Plaza Víctor Hugo cuando oí detrás de mí un pasito bien conocido, rápido y sacudido. Me volví en el mismo momento en que Vincent se precipitaba sobre mí con una navaja de afeitar abierta en la mano. Mi mirada debió haber sido muy poderosa en ese momento, pues él se detuvo y bajando la cabeza emprendió de nuevo el camino a casa. A la mañana siguiente, al llegar a la plaza vi reunida una gran muchedumbre. Cerca de nuestra casa había gendarmes y un pequeño señor con sombrero hongo que era el comisario de policía.

He aquí lo que ocurrió: Van Gogh volvió a la casa e inmediatamente se cortó la oreja a ras de la cabeza. Debió tardar cierto tiempo en detener la hemorragia, pues a la mañana siguiente numerosas toallas mojadas se mostraban sobre las losas de las dos habitaciones de abajo. Cuando estuvo en estado de salir con la cabeza cubierta con una boina vasca completamente encasquetada, fue directamente a una casa en la que a falta de paisana se encuentra una conocida, y dio al encargado su oreja bien lavada y encerrada en un sobre. ‘He aquí un recuerdo mío’, dijo y después huyó  a su casa para dormir».

Este punto de quiebre fue el más significativo en la vida de Vincent, ya que el primero de enero de 1889, Vincent es trasladado a un hospital psiquiátrico donde su necesidad de pintar se torna violenta al punto de transformarse en el único calmante de su decadencia.

Autorretrato con oreja cortada – Vincent van Gogh (1889)

Así pasan diversos meses de recuperación para él, algunas recaídas y palabras de angustia acerca de sus primeras alucinaciones y cómo éstas cesan al derrotarlas en sus bastidores. Finalmente, el 21 de abril de 1889, Vincent se hace consciente de su locura, sus consecuencias y las acepta para seguir creando:

“Tendría miedo de perder la facultad de trabajar, que retorna ahora, forzándome, y cargando además con todas las otras responsabilidades encima, de tener un taller. […] Lo que me consuela un poco es que comienzo a considerar a la locura como una enfermedad como cualquier otra y acepto la cosa tal como es; mientras que en las crisis mismas me parecía que lo que imaginaba era la realidad”.

La locura llevó a van Gogh a desarrollar una sensibilidad y capacidad analítica sobresaliente, lo que puede verse reflejado en los estudios que mandaba a su hermano, además de sus cuadros llenos de colores vivos y una técnica violenta. Vincent van Gogh pudo utilizar su sufrimiento para perfeccionar su técnica y expresar por medio del arte todo ese mundo al cual sólo él era capaz de acceder y lo carcomía poco a poco.

El camino del deterioro llegó a su fin el 29 de julio de 1890, día en que Vincent van Gogh decidió quitarse la vida por medio de un aparente balazo directo al pecho. El artista no sólo dejó una gran cantidad de obras que sirvieron para el surgimiento del expresionismo pictórico, sino que además, la historia de su transformación se convirtió en un relato obligado en la historia del arte.

Vincent van Gogh osciló entre los dos temas más poderosos en su ser: la pintura y la melancolía, a lo que finalmente él forjó su propio genio encontrando impulso en su enfermedad, ya que, cómo apunta Kilbansky en sus estudios de melancolía, ¿qué función tiene la melancolía sino mostrar al hombre cuyas pasiones eran más violentas que las de los hombres vulgares? Van Gogh decidió cómo dar punto final a ello, no sin antes dejarnos toda una obra testigo de su verdadera y violenta obsesión.

[1] Carta de Vincent van Gogh fechada en octubre de 1888.

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