Escribir el fuego

Guillermo Arriaga ha sido reconocido principalmente por su participación en el cine. Destacan los guiones de películas como Amores Perros (2000), 21 gramos (2003), Los tres entierros de Melquiades Estrada (2005), Babel (2006) y Desde allá (2016). En 2016 publicó su cuarta novela, El Salvaje, premio Mazatlán de Literatura. Este año ha sido galardonado con el Premio Alfaguara por su novela, Salvar el fuego.  Su obra se distingue por el uso del contrapunto, la polifonía textual, los juegos temporales y las rupturas narrativas que llevan al límite la trama y sus personajes. Salvar el fuego es una propuesta arriesgada que combina dichos recursos con los temas favoritos del escritor: el adulterio, la venganza, el crimen, la redención, el arte y el amor.

Marina Longines es una coreógrafa medianamente reconocida, dueña de una compañía de danza, madre de tres hijos y esposa de un exitoso financiero. Su vida, inconforme, gira en torno a la rutina y a los convencionalismos de su clase. Marina busca quebrantar los límites de sí misma a través de la danza, pero sus coreografías no son más que una serie de movimientos rígidos subordinados al aplauso de los críticos. José Cuauhtémoc Huiztlic es un convicto condenado a cincuenta años de prisión por homicidio múltiple. Artífice de la inmolación de su propio padre, se nos muestra violento, feroz e impulsivo, pero también es un hombre sereno y lúcido. Aprecia la lectura y la escritura.  Las circunstancias llevan a ambos personajes a entablar una relación amorosa. Su historia, la del amor imposible, traspasará todo tipo de fronteras, desde las más íntimas: corporales, espirituales y emocionales; hasta las más superficiales: sociales, políticas y geográficas.

Paralela a esta historia, Francisco Cuitláhuac, el hermano mayor de José Cuauhtémoc, nos cuenta la vida de su padre. Ceferino Huiztlic fue un indígena que, a pesar de vivir en la sierra de Puebla, en condiciones de extrema pobreza, pudo convertirse, por sus propios méritos, en un intelectual de su época. El self-made man azteca fue reconocido por defender la libertad y los derechos de los pueblos autóctonos, pero en su vida privada se distinguió por ser un déspota machista y autoritario con complejos de raza. Francisco nos narra cómo su padre los educó a punta de patadas, gritos, una disciplina férrea y brutales castigos.

Ambas historias se intercalan acompañadas de las múltiples voces de los reos del penal. La novela está condimentada por las confesiones de criminales condenados por asesinato, robo y violación. Cada testimonio es independiente uno de otro. Oímos a los arrepentidos, a los que lo volverían a hacer, a los ilusos y a los optimistas. La mayor parte de las voces adopta el tono de “Macario” y apela a un estilo llano, pero convulso. La gran virtud radica en la crudeza de su sencillez. Los criminales narran con despreocupación e ingenuidad sus fechorías. Sólo así nos revelan la verdadera brutalidad del acto.

José Cuauhtémoc es el único que se preocupa por adoptar un estilo propio. Sus textos tienen una intención destructiva, lacerante. La escritura como un “arma cargada de futuro expansivo” diría Gabriel Celaya. El poeta maldito incendia su celda con la bestialidad de su pluma. Ante la imposibilidad de escribir, recurre a los márgenes de los libros, a los espacios entre líneas de El corazón en las tinieblas, a las glosas ensayísticas, que nada tienen de glosas y todo tienen de ensayo. La escritura también es el fuego en la novela.  Representa una energía vital, la fuerza salvaje del escritor: “Me nutro de sangre y vida. En mis entrañas galopan animales. Oigo dentro de mí el trotar de sus pezuñas. Soy ellos también. Quienes solo rumian vegetales no perciben dentro de sí el fragor de las estampidas”.

Arriaga trabaja con la idea del estilo durante toda su novela. La multiplicidad de voces le permite adoptar tonos y timbres particulares. En modo aleatorio, el narrador que nos cuenta la historia de José Cuauhtémoc a veces suena a narcocorrido, otras veces a chicano rap, otras más a “Chilanga banda” y en menor medida a la industrializada voz del narrador omnisciente, solemne e imparcial.  Marina, sin dejar de ser sencilla y coloquial, narra con la fineza y la elegancia de su clase. Sin embargo, nunca deja de ser una ferviente crítica de sus privilegios y con el andar de las páginas irá rompiendo todos sus prejuicios burgueses, para develar en su narración la poesía de su entrega.

Francisco se dirige a la voz ausente de su terrible padre. Su estilo es rebuscado como si impostara la voz para sonar trágico y triste. En su tesitura distinguimos sus complejos, su cobardía y su contención. Sabemos que la polifonía nos transporta a lugares y épocas distintas, aporta emotividad a los personajes, y le otorga credibilidad y profundidad a la historia. En Salvar el fuego, las voces son una coreografía más bien caótica, una improvisación cuidadosa que trata de enfatizar las posibilidades del lenguaje, las ramificaciones de una frase o el ensayo de un movimiento. La polifonía responde al estilo corrosivo del protagonista, pero es ligero como la danza que Marina persigue obsesivamente en sus piezas.

La venganza y el adulterio son móviles recurrentes en la obra de Arriaga. En 21 gramos, Paul quiere matar a Jack Jordan por haber atropellado a la familia de Christina, su amante; en Amores Perros, Abel, un adúltero desvergonzado, exige el asesinato de su hermano, y Octavio, enamorado de su cuñada, apuñala al Jarocho por dispararle al Coffee. En Salvar el fuego, ambos temas se entrelazan para demostrarnos las funestas consecuencias que pueden desencadenar. La venganza y el adulterio también mueven montañas. Pero el fuego se extiende en dos sentidos: el de la violencia que destruye y aniquila a través de la venganza; y el del amor que unifica y perdona a pesar de la infidelidad. Arriaga los confronta, propagando el incendio.

Paradójicamente la cárcel es el espacio donde los personajes cobran conciencia de su libertad. Sólo a través del encierro, José Cuauhtémoc experimenta el amor y comienza a manifestar un gusto auténtico por la escritura. Su vida se restituye. En sus visitas a la prisión, Marina se desprende de sus hábitos burgueses y se encuentra a sí misma en los textos de José Cuauhtémoc. El Reclusorio Oriente es un pequeño mundo que desenmascara la realidad cotidiana. Las celdas, los pasillos, los guardias, los reos, todos ellos, nos dice Arriaga, son un retrato de la hiperrealidad mexicana.

Salvar el fuego describe esa realidad atroz. Un país perseguido por la violencia y el narcotráfico. Un territorio donde los criminales son más humanos que los propios gobernantes. Una población profundamente desigual, segmentada en clases y razas. Entre el clasismo, la violencia, el crimen y la venganza, Guillermo Arriaga apuesta por el arte, y, sobre todo, por el amor. La historia de Marina y José Cuauhtémoc también forma parte de la hiperrealidad mexicana, la que vale la pena rescatar. El epígrafe de Jean Cocteau que aparece en el libro lo demuestra: “Si el fuego quemara mi casa, ¿qué salvaría? Salvaría el fuego”.

  • Guillermo Arriaga, Salvar el fuego, Alfaguara. México, 2020, 659 pp.
  • Foto: Lulú Urdapilleta

Autor: Missael Contreras

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