De chamanes a artistas: bailando con la muerte

Sin importar de qué cultura hablemos, la división del mundo en un plano material (asociado a la vida) y uno inmaterial (asociado a la muerte), permite trazar una frontera más o menos definida entre la realidad tangible y una oculta. La fortaleza o fragilidad de este umbral varía mucho según la época y pueblo que estudiemos. Para las culturas chamánicas, por ejemplo, no existe una división como tal, sino que ambos planos coexisten naturalmente; la comunicación entonces se torna una especie de simbiosis en la que cada parte existe por la otra.

No obstante, la familiaridad con esa otra realidad es una facultad para establecer un contacto efectivo que no le es dada a cualquiera. Es precisamente la figura del chamán la que, mediante rituales, logra trascender al mundo espiritual e incluso puede llegar a experimentar un éxtasis o vuelo mágico como lo llama Mircea Eliade. El significado de tales experiencias es sagrado y más que aspirar a un fin individual responde a las necesidades de la comunidad.

Para el hombre moderno ese paradigma quizás resulte difícil de entender, sin embargo, esa figura tan misteriosa como poderosa puede acercarse a la del artista. Y no es tan descabellado pensarlo si tenemos en cuenta que ambos son creadores en tanto que llevan el no ser al ser, en una clase de traducción y su obra se relaciona en mayor o menor medida con el pueblo o público.

Podemos ver un ejemplo en la danza butoh de origen japonés, en la cual los bailarines pintados de blanco y en ocasiones semidesnudos realizan movimientos extraños que remiten a la muerte (recordemos que en Japón hubo también una figura chamánica femenina llamada Miko, si quieres saber más puedes consultar este artículo). Su nacimiento se remonta a los años 50 cuando, luego de la destrucción que dejara el ataque nuclear a Hiroshima y Nagasaki, el pueblo japonés se ve ante la necesidad de reconstruirse.

Seres deformes, muertos caminando, el reino del silencio y la desesperación: inerte, pero fértil. De esa desgarrada cultura nace un tipo de danza fascinante, de belleza anormal, tan poderosa como grotesca (sobre las características del butoh te recomendamos leer aquí). El butoh, trance hacia la oscuridad, busca recobrar el propio cuerpo arrebatado por la muerte. El bailarín es un mensajero que hace contacto con la muerte y en ella encuentra el equilibrio fundamental.

El butoh y los rituales chamánicos son manifestaciones diferentes de una misma necesidad, la de encontrarse a sí mismo en la naturaleza, en el universo y reconocerse parte de un todo. Por su parte, el artista es también aquel ser capaz de traducir lo espiritual a lo mundano y sublimar lo profano a lo espiritual. Necesidades primordiales en paradigmas distintos. Estamos quizás más cerca de lo que sospechamos, pues ¿no es el artista un sabio curandero capaz de expiar los males del mundo y echar luz sobre nuestro propio camino?

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