El vicioso vicio de leer a los viciosos

 

En muchas ocasiones, cuando leemos por primera vez algún poema o una novela, solemos preguntarnos quién es ese genio que imaginó tal historia. Pese a lo que dice la crítica, el lector habitualmente se forma una imagen del escritor, incluso ficcionaliza la vida de éste con base en lo que ha leído y, además, gusta de pensar que alguno de aquellos personajes o de aquellas ideas son con las que el escritor se identifica. Sin embargo, muchas veces falla.

El proceso creativo siempre es un punto interesante para quienes buscan el porqué de las cosas, y el arte, específicamente en la literatura, no es ajeno a este tipo de reflexiones. Aprovechándose de dicho interés, el escritor genera un personaje de sí mismo al cual presenta en todas esas conferencias y entrevistas, sin embargo, muchas veces no puede esconder algunos vicios o manías que le hacen escribir como lo hace.

Muchos de esos vicios fueron parte de la vida y obra de algunos escritores, quienes volvieron literatura algunas anécdotas o, incluso, hubo quienes afirmaron mezclar la bebida con la pluma para crear.

Bukowski

Cuando se piensa en la relación que algún escritor tuvo con el alcohol es imposible no pensar en Charles Bukowski. Para él, la creación literaria debía ir acompañada de cervezas o cualquier otra bebida del estilo. Tal forma de vida fue plasmada en sus cuentos, novelas y poemas. Tristemente, se le acusó de alcohólico y misógino y muchas personas juzgaron mal su obra. No obstante, la literatura sobrevivió ante tales críticas y se le ha dado el valor correspondiente.

[…] yo acababa de dejar un trabajo de doce años como empleado de correos para hacerme escritor. Estaba aterrorizado y bebía más que nunca. Estaba intentando empezar mi primera novela. Me bebía una botella de whisky y una docena de cervezas cada noche mientras escribía. Fumaba puros baratos y le pegaba a la máquina de escribir y escuchaba música clásica en la radio hasta que amanecía. [Fragmento de Mujeres]

Rubén Darío

El nicaragüense Rubén Darío es conocido como el padre del modernismo, aunque los españoles no lo aceptan, quien con sus formas afrancesadas nos regaló joyas como “Sonatina” “Los motivos del lobo” y múltiples textos en prosa que nos reafirman su genialidad. No obstante, la figura del genio no suele pensarse junto a la de un ebrio. Se sabe que la tragedia lo persiguió y fue por ello que se volvió alcohólico… Se bebía su tristeza pues tuvo que soportar el abandono de su madre, la muerte de su primera esposa, un terrible segundo matrimonio y su reivindicación con su tercera mujer. Rubén Darío se fugaba con la poesía y la copa de vino hasta que murió a los 46 años víctima de cirrosis.

Nocturno

Silencio de la noche, doloroso silencio
nocturno… ¿Por qué el alma tiembla de tal manera?
Oigo el zumbido de mi sangre,
dentro de mi cráneo pasa una suave tormenta.
¡Insomnio! No poder dormir y, sin embargo,
soñar. Ser la auto-pieza
de disección espiritual, ¡el auto-Hamlet!
Diluir mi tristeza
en un vino de noche
en el maravilloso cristal de las tinieblas
Y me digo: ¿a qué hora vendrá el alba?
Se ha cerrado una puerta…
Ha pasado un transeúnte…
Ha dado el reloj tres horas… ¡Si será ella!…

Bernardo Couto Castillo

El joven mexicano quien, con apenas 13 años, publicó su primer cuento por lo que muchos le auguraban una larga carrera en las letras, aunque con cierto desdén, pues su abuelo era el presidente de la Academia de San Carlos y un importante intelectual del siglo XIX. Couto viajó a Europa donde adquirió un estilo de vida bohemio y algunas adicciones, por ejemplo, al opio. Publicó Asfódelos un libro de cuentos que reflejan un tanto de melancolía y un disgusto por la idea del “deber ser”. La figura del artista no queda bien parada en sus textos, pues la sociedad no aceptará a quien no genere lo suficiente para sustentar una familia.
Bernardo era contestatario y rebelde, quizás melancólico y “drogadicto” por lo que muchos criticaron su obra y quedó en el olvido, incluso llegaron a considerarlo un mal escritor o un joven consentido sin ningún talento. Tras su muerte, a los 21 años, se reconsideraron estas ideas y se revalorizó.

¿Por qué?, tal vez, bien visto, no sabría decírtelo, y sin embargo, muchas veces me hice la misma pregunta, sólo que entonces eran opuesto sentido: ¿Por qué vivía? Efectivamente, ¿conoces tú algo más estéril, más inútil, más vacío y más mezquino que esos días siempre igualmente fastidiosos y a los que, a pesar de todo y a pesar de nosotros mismos, nos apegamos como el más delicioso y durable de los sueños.
[Fragmento “¿Por qué?” Asfódelos]

La obra de un autor no se juzga por la cantidad de veces en las que se bebieron muchas botellas de cerveza en una noche o por el tipo de drogas que consumen. La genialidad de estos autores es indiscutible y, de acuerdo o no, ellos simplemente se permitían ser artistas y seres humanos. El autor vuelve literatura su vida, su tristeza y sus vicios y, entonces, deja de ser suya, razón por la cual, en algunas ocasiones, resulta interesante, como mero dato curioso, saber por qué se escribe lo que se escribe. Algunos puristas y formalistas crucificarán este comentario, sin embargo, dejo a consideración del lector la relevancia o pertinencia de los datos.

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