Un arma literaria: selección de cartas famosas

La carta, también llamada epístola, ha sido un género literario cultivado desde la antigüedad clásica hasta nuestros días. Los motivos que aborda son infinitos, pero es común encontrar epístolas militares, amorosas y eclesiásticas, por ejemplo, tenemos la visión del conquistador en la obra Cartas de Relación de Hernán Cortés o el sufrimiento amoroso de Werther en la novela Las desventuras del joven Werther de Goethe.

Las epístolas no sólo tienen el valor en su forma literaria, sino que han sido motivo o elemento para generar o mover múltiples historias dentro de la literatura, es decir, como forma literaria tenemos, por ejemplo, la novela Drácula la cual es una recopilación de cartas por las que nos enteramos de la historia, sin embargo, las cartas, como símbolo, han sido el medio para que las historias continúen, pues por medio de ellas se expresan los más profundos sentimientos, desde el amor hasta el odio.

El narrador en primera persona es una particularidad de la epístola que brinda al lector una especie de confidencialidad, genuina o apócrifa, con el autor, es por ello que se tiene en tan buena estima recibir una carta y, a manera de cliché, si se recibe del ser amado, pues en ella se sincera y expresa su sentir. No obstante, es bien sabido que la epístola es un arma de dos filos, pues con ella don Juan enamora a doña Inés sin que en sus palabras se encuentre la verdad.

La carta es un arma, ya que contiene la palabra que puede engañar. Es por ello que mediante esta redacción daremos cuenta de algunas de las cartas más famosas dentro del mundo literario e intelectual en general.

Nikola Tesla es uno de los científicos más importantes del siglo XIX y quizás una de las personas más idealistas y soñadoras de su época, hecho que se ve reflejado en un montón de cartas donde no sólo explicaba sus descubrimientos y avances, sino donde también expresaba sus aspiraciones y sueños respecto a encontrar mensajes en otros mundos. En la obra Firmado: Nikola Tesla. Escritos y Cartas 1890 -1943 podemos encontrar algunas de las epístolas de este importante personaje.

 

A la Cruz Roja estadounidense

Nueva York

El pasado es digno de gloria, las perspectivas, edificantes: mucho se puede decir de ambos, pero una idea domina mi mente. Esta, mi mejor idea, la que más quiero, la brindo a su noble causa.

He observado acciones eléctricas que parecían inexplicables. Aunque eran débiles e imprecisas, me dieron la profunda convicción y el presentimiento de que, en este globo, dentro de poco todos los seres humanos alzaremos como uno solo nuestros ojos al firmamento, con sentimientos de amor y reverencia, emocionados por la magnífica noticia: «¡Hermanos! Hemos recibido un mensaje de otro mundo, desconocido y remoto. Dice: uno… dos… tres».

Navidad de 1900

Nikola Tesla.

Julio Cortázar y sus múltiples textos han marcado generaciones, tanto en la vida literaria por su estilo, como en la cotidianidad irrumpiéndola con lo fantástico. Cortázar echó mano del recurso de la carta para enriquecer su obra, pero también tuvo varios intercambios epistolares con diversas celebridades literarias como Alejandra Pizarnik o Francisco Porrúa, sin embargo, es quizás la correspondencia que tuvo con Edith Aron la que devela uno de los detalles más importantes dentro de su obra, pues ella es “la Maga”, la cual no debió ser hallada.

Edith Aron dio una serie de entrevistas donde habla de esta correspondencia y se tiene un fragmento donde el mismo Cortázar le dice a Porrúa que Edith no puede traducir Rayuela y da una pista con la que sólo los lectores de la obra quedarán convencidos de que ella es la Maga:

«No necesito decirte quién es Edith, vos lo habrás adivinado hace mucho ¿verdad? Entonces, ¿vos te imaginás Rayuela traducida por ella? (…) En Rayuela, te acordás, la Maga confundía a Tomás de Aquino con el otro Tomás. Eso ocurriría a cada línea…».[1]

        

Las cartas de amor siempre son registro de la intensidad con la que se vive cada historia, es donde se deja ver la fragilidad que el hombre más bravo tiene cuando se ve doblegado por la pasión a una mujer. Napoleón Bonaparte es el claro ejemplo en las misivas que le enviaba a su esposa Josefina:

[…] ¡Ah! Te lo suplico, permíteme descubrir algunos de tus defectos; sé menos bella, menos graciosa, menos tierna y, lo que es más importante aún sé menos buena; pero sobre todo no tengas nunca celos, no llores jamás, tus lágrimas me nublan la razón, inflaman mi sangre. Créeme cuando digo que escapa de mi control tener un pensamiento que no vaya dirigido a ti, una idea que no te pertenezca.   

La complicidad siempre irá de la mano de la literatura y se verá apoyada por un símbolo que, en la mayoría de los casos, se ve sostenido por una carta donde se explican las más grandes estrategias militares o se plasman los pecados más infames, pero sobre todo, donde queda registrada la más grande confesión amorosa, que es una  muestra de debilidad o valentía de cualquier ser humano; motivo por el cual no debemos dejar de mandar cartas.

 

[1] Tomado de Claudia Gilman, “Dame más” suplemento http://www.academia.edu/1139337/_Dame_M%C3%A1s_Sobre_la_correspondencia_de_Julio_Cort%C3%A1zar

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