Para sentir «ñáñaras»: visiones en torno al miedo

 

Probablemente no necesitemos decir que el miedo es uno de los sentimientos más primitivos del humano, sobre todo por la manera en que reaccionamos ante él. Gracias a investigaciones psicológicas hoy sabemos que el miedo es producido por una serie de reacciones químicas en nuestro sistema nervioso que se activan ante un peligro latente o una amenaza incontrolable. Esta visión puede parecernos lógica al hacer una rápida reflexión sobre las situaciones u objetos hacia los que llegamos a sentir repulsión o una especie de fragilidad para darnos cuenta que, quizá de manera inconsciente o determinada por una vehemencia automática, lo que busca nuestro cuerpo es alertarnos y ponernos en un estado de completa seguridad.

Parece que el cuerpo ha sido el principal medio y objeto para el estudio del miedo, ya que es el cuerpo como objeto lo que parece ser transgredido y debilitado en la mayoría de los casos. No obstante, algunos autores también han identificado otros factores del miedo que van asociados con la condición del hombre en una sociedad establecida. Por ello, en esta ocasión revisaremos algunas reflexiones sobre el miedo por parte de algunos autores dedicados a la filosofía y la literatura.

Para comenzar, acudiremos a Aristóteles, quien concebía el miedo como todo un sistema de técnicas que dependían del manejo de las personas. En un trabajo de la Universidad de Oviedo se señala que para Aristóteles, el miedo era una de las páthe (sensaciones o emociones) producidas en la psyche, es decir, el alma o la esencia de las personas. Es a partir de estas etimologías que han surgido en psicología un gran número de términos para representar las anomalías y aversiones hacia objetos o ideas diferentes que producen miedo a una persona. En Aristóteles, las páthe podían venir acompañadas de placer o dolor, según fuera el caso, sin embargo, para él lo importante era encontrar el «punto medio» entre ambas sensaciones para no sucumbir ante el exceso o la ausencia, ya que la completa entrega ante una de estas opciones podía llevar al individuo a su destrucción. Esto se puede exponer de la siguiente manera: Aristóteles creía que ante la experiencia o sensación del miedo, la persona debía tener el valor necesario para encararlo sin caer en la altanería y la confianza extrema, es decir, no ser un completo cobarde ni un temerario.

Como Aristóteles concibe esta labor como una práctica humana, también establece que a partir del hábito de encarar aquello que nos atemoriza llegamos a traspasar nuestro miedo de manera cauta y mesurada, lo que nos lleva a identificar dos tipos de miedo: un miedo propio, subjetivo, es decir, el miedo que una persona determinada experimenta ante un objeto o situación determinada; así como el miedo en sí, el miedo universal y ante el que cualquier humano puede sentirse transgredido o vulnerable, como objetos filosos o un arma. De igual forma, el filósofo dice que es imposible no experimentar el miedo, ya que como su origen proviene del alma, sería inhumano concebir la ausencia de miedo a menos de que haya un desequilibrio en la misma persona. Finalmente, en la Retórica, Aristóteles brinda una definición de phóbos que ocupa para explorar las reacciones del miedo: 

«Sea pues el miedo (phóbos) una aflicción o barullo de la imaginación (phantasía) cuando está a punto de sobrevenir un mal destructivo o aflictivo»

Esta definición deja en claro la postura de Aristóteles ante la sensación de precaución de un peligro, ya sea concreto o no, de manera que el individuo puede identificarse y alertarse ante posibles amenazas que podrían sobrepasarlo.

Anclando esta última idea de la incertidumbre del hombre ante las amenazas, podemos mencionar a uno de los escritores más reconocidos del siglo XX, Howard Phillip Lovecraft, quien en su texto El horror sobrenatural en la literatura menciona desde el primer párrafo que «el miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido». Lovecraft fue el encargado de introducir el terror cósmico como género literario basado en lo desconocido, en situaciones en las que el humano se encuentra frágil ante el descubrimiento de su insignificancia en todo el cosmos. 

Para el humano, lo que no puede razonar escapa de su experiencia cotidiana, argumenta Lovecraft, siendo así el sentimiento de pérdida ante la naturaleza y ante lo que le es ajeno o donde no puede reconocerse como un reflejo de su propia condición terrenal. El autor define el miedo en este tipo de relatos de la siguiente manera: 

Debe respirarse en ellos una definida atmósfera de ansiedad e inexplicable temor ante lo ignoto y el más allá; ha de insinuarse la presencia de fuerzas desconocidas, y sugerir, con pinceladas concretas, ese concepto abrumador para la mente humana: la maligna violación o derrota de las leyes inmutables de la naturaleza, las cuales representan nuestra única salvaguardia contra la invasión del caos y los demonios de los abismos exteriores.

La derrota de las leyes naturales es la principal razón para que el hombre se encuentre abatido y temeroso, ya que es sólo la naturaleza el elemento al que obedece y se subleva ante su poderío. Las leyes que el hombre conoce son respetadas porque son éstas las que lo protegen ante lo inimaginable, lo incontrolable, lo monstruoso, no obstante, al ser transgredidas, al humano no le queda otra cosa más que encontrarse completamente desarmado ante lo que no puede explicar y es esta posibilidad la que perturba también, la que genera miedo de encontrarse un día frente a frente ante lo desconocido.

Finalmente, el filósofo británico Thomas Hobbes planteó un discurso interesante en su Leviatán y en Del Hombre sobre la naturaleza del hombre en una sociedad. Hobbes plantea que «el hombre es un lobo para el hombre» refiriéndose a la manera en que los humanos desarrollan las actividades necesarias para alcanzar un fin, es decir, cómo llevan a cabo un deseo. Si bien, no todos los humanos deseamos lo mismo, sí existen objetivos compartidos como el deseo por la libertad o la libre expresión, por ello el filósofo plantea que en estos casos pueden existir posturas distintas, lo que llevaría a un enfrentamiento por preservar una acción o ideología, es aquí cuando Hobbes justifica la existencia de un estado capaz de reprimir y contener dichos encuentros para mantener un status quo y evitar la «gran guerra de todos contra todos». El miedo en Hobbes puede enfocarse en la posibilidad del caos social, lo que conlleva diversos pensamientos en torno a la angustia, la cual es otra forma de experimentar el miedo ante una amenaza posible pero no tangible.

El miedo continuará existiendo, de eso no hay duda, ya sea ante las amenazas claras contra la integridad del cuerpo y la vida, ante la posibilidad de encontrar lo incomprensible frente a nosotros o ante la idea de un conflicto tan grande que pudiera alterar las reglas tácitas de la cotidianidad, a lo que el humano deberá responder o entregarse a cualquiera de esas posibilidades que comparten el mismo hondo abismo. 

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