Los contrastes de Caravaggio

 

Michelangelo Merisi da Caravaggio es, sin duda, uno de los nombres más significativos de la historia de la pintura. Su obra no sólo representa imágenes con una fuerza dramática digna de admiración, sino que además es una confesión, un libro abierto a la mente de un personaje angustiado, atormentado, violento pero, sobre todo, fiel y sensible a su propia realidad.

Hablar de Caravaggio es hablar de contrastes dentro y fuera de su obra. Por un lado, sus pinturas se sometieron a una evolución hasta convertirse en un referente del naturalismo y el tenebrismo (estilos pictóricos que fueron rechazados en el siglo XVI y XVII pero que sentaron las bases de la pintura moderna); por otro, su vida transitó en diversas ciudades de Italia, encontrando en Roma el pináculo y declive de su carrera, su búsqueda por la redención divina y las mayores polémicas que le dio un estilo característico a su visión del arte.

Para Caravaggio la visión manierista de la pintura no representaba la verdadera naturaleza del hombre, por ello, poco a poco fue dejando de lado dicho estilo y comenzó a retratar pasajes de la vida cotidiana en Roma, poniendo un especial énfasis en los detalles corporales y de vestimenta de sus modelos, quienes en la mayoría de los casos eran personas del vulgo, pordioseros, prostitutas y jornaleros, lo cual dotaba a sus pinturas de un efecto de naturalidad no antes visto por sus contemporáneos.

Esta cualidad se mantuvo durante toda su carrera, incluso cuando comenzó a realizar sus pinturas de carácter religioso por orden del coleccionista y aristócrata Francesco María del Monte (quien además promovía el arte religioso debido a la demanda de la Contrarreforma). Es aquí cuando las iglesias de estilo barroco deciden orientar hacia la verdadera fe cristiana por medio del arte.

En este punto, el pintor italiano consolida dos de las principales características de su obra: la contraposición de luces y sombras para realzar la tensión de sus imágenes, y la naturalidad corporal de las mismas. Para Caravaggio la belleza no se encontraba en cuerpos perfectos ni en obras de maestros clásicos; para él la belleza se hallaba en los detalles de la naturaleza imperfecta. Aunado a esto, el uso de las luces y sombras en Caravaggio hacen a sus espectadores testigos de escenas donde la acción ha llegado al punto más álgido; nos hace testigos de la fuerza del momento, de la sorpresa, de la exaltación de la emoción humana representada a partir de fondos totalmente obscuros. Desde ahí surgen figuras reales, demacradas, decadentes y víctimas del paso del tiempo que se descubren ante nosotros con toda su naturaleza resaltada gracias a la fuerza divina que representaba la luz para Caravaggio. Es el encuentro de dos fuerzas, de contrastes que se unen en un mismo punto: el cuerpo humano (enaltecido a lo divino).

Esta intención de Caravaggio surge a partir de su visión de mundo y reflexión sobre el arte. No es extraño encontrar similitudes y analogías de su pensamiento dentro de sus obras. Por ejemplo, existen dos casos donde Caravaggio ilustra pasajes importantes de su vida: la primera se encuentra en Baco enfermo de 1593 en la que vemos un autorretrato a partir de la imagen de un Dios convaleciente, pálido y adolorido, esto debido a las molestias causadas por la malaria y un golpe de un caballo que había sufrido tiempo después de su llegada a Roma. Desde este punto, Caravaggio se preocupó por representar fielmente la naturaleza como podemos apreciarlo en los detalles de la fruta que el personaje sostiene, además de la expresión no exagerada pero evidente de malestar.

Nótese el acomodo del cuerpo con ligeros rasgos manieristas, además de la palidez de la piel de Baco con las uvas que sostiene, detalle naturalista que también se aprecia en las frutas del plano de enfrente.

El segundo ejemplo data de la última época de producción del artista. David con la cabeza de Goliat de 1610 es una obra de introspección, en ella podemos distinguir a David con una expresión de lástima mirando la cabeza degollada de Goliat, claramente otro autorretrato de Caravaggio. En la espada de David puede leerse “Humilitas occidit superbiam” (la humildad mató al orgullo), lo que puede atribuirse a una reflexión sobre su propia condición y cómo por su soberbia poco a poco fue construyendo él mismo su destrucción.

La fuerza del cuadro radica en el suceso exacto en el que David (la humildad) mira apenado y con asco a su contraparte Goliat (el orgullo) mientras es descubierto por una luz artificial que revela tan rápido la imagen que la expresión de David parece más natural.

Este último pasaje en especial, remarca el inicio de la decadencia del artista. Muchos de sus amigos y biógrafos señalan el carácter terco y violento del Merisi, por lo que sus relaciones se reducían a un grupo pequeño de personas. Asimismo, es en la época de 1600 a 1606, en Roma, que Caravaggio se ve envuelto en diversas trifulcas donde se hace acreedor a algunas denuncias, hasta que el 29 de mayo de 1606, el artista asesina a Ranuccio Tomassoni, jefe de una banda armada que operaba en Roma. Los detalles del homicidio son inciertos, sin embargo, se conoce que el hecho tuvo lugar después de un partido de tenis y que, al parecer, Caravaggio cometió por accidente. Lo cierto es que tuvo que retirarse a Nápoles para alejarse de las autoridades romanas. Este hecho generó una reflexión sobre su autodestrucción a partir del orgullo y la soberbia, lo cual lo lleva a buscar el perdón de la ciudad que lo acogió y lo vio consolidarse como artista; de la misma forma, el pintor buscó el perdón que quería para sí mismo, ya que la angustia, el remordimiento y la culpa no dejaron de atormentarlo hasta su fallecimiento el 18 de julio de 1610.

La obra de Caravaggio es un amplio campo de estudio, sobre todo para la iconografía. Es gracias a su comprensión de la naturaleza que los detalles que envuelven su obra están listos para resaltar ante su luz redentora y hacernos parte de su propia idea de belleza. Es su compromiso con lo verdaderamente humano lo que lo lleva a interesarse por su entorno, dejando testigos y discursos donde la divinidad y lo mundano se encuentran en lo que para él albergaba la belleza y la verdad: la naturaleza del cuerpo humano sin ninguna idealización.

Martin Scorsese ha señalado que si Caravaggio hubiera vivido en el siglo XX habría sido un gran cineasta debido a la manera en que ilustra los momentos cumbres de situaciones importantes y que, por consiguiente, convierte en íconos dichos instantes.

¿Por qué tendríamos que aprovechar la oportunidad de ver la obra de este maestro italiano? Precisamente por el legado estético que pintores posteriores se encargaron de cultivar y apreciar, además de ser un punto clave dentro de la historia del arte gracias a su visión de la realidad y la naturaleza.

Michelangelo Merisi da Caravaggio fue un hombre comprometido con sus contrastes, con su idea de arte, con su interminable lucha interna pero, sobre todo, comprometido con la realidad donde siempre encontró una fuente inagotable de belleza.

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