Léolo, el sueño sagrado de la melancolía

«A ti la dama, la audaz melancolía, que con grito solitario hiendes mis carnes ofreciéndolas al tedio. Tú que atormentas mis noches cuando no sé qué camino de mi vida tomar… te he pagado cien veces mi deuda»

 

Con esta frase termina la historia de Léolo, cinta del año 1992 dirigida por Jean-Claude Lauzon y adaptada de la novela El valle de los avasallados. Leo es el hijo menor de una familia canadiense que despunta locura y sordidez, donde el sueño es lo que diferencia al pequeño Leo, quien se repite “Como sueño, yo no lo estoy” evocando una historia y un origen proveniente de una realidad distinta, onírica y poética que lo reclama. Leo se divide entre esos dos planos buscando refugio de uno en el otro y viceversa, pues, aunque en apariencia distintos, ambos en su inmaterialidad se tornan amargos.  

La resistencia del pequeño ante la realidad se funda en su propio nacimiento concebido también en un sueño: él no pertenece a esa familia ni es canadiense porque nació de un tomate contaminado por el esperma de un italiano sin rostro. Su nombre no es Leo Lozeau, como todos se empeñan en llamarlo, sino Léolo Lozone. Esa resistencia no sólo se dirige hacia la locura, sino también hacia la materialización del ritual que lo libera y lo configura, la escritura es efímera, tan pronto como escribe desecha las hojas. Es el domador de versos quien buscando en la basura fotografías y cartas rescata las historias del mundo.

El anhelo de esa patria italiana, la necesidad de escribirse y a partir de nombrarse concebir el mundo, el sueño y la melancolía de su ausencia, son elementos que podemos entender a la luz del romanticismo europeo como constituyentes del poeta. Aunque la melancolía no se considere protagonista, su presencia determina el carácter y el sentido en el viaje del poeta. Para entender cómo se caracteriza la imagen del artista a partir de ella, es necesario revisar la teoría griega de los humores, sobre la que publicamos un par de notas que puedes leer aquí.

El romanticismo se define muchas veces a partir de la oposición a una corriente anterior en la que prevalecía el racionalismo y la idealización de la época clásica. No obstante, para el romántico es fundamental la vuelta hacia un origen, por ello se considera al poeta como un ser con tendencia a la introspección, a la concepción del universo a partir del yo, y a una visión nostálgica de la vida surgida del anhelo de algo perdido e irrecuperable. Aunque se busca la diferenciación de los clásicos, es ahí donde el poeta encuentra su patria, donde nace la poesía, una tierra a la que pertenece pero en la que no puede permanecer. Ese es el caso de Léolo, elegir Italia como nacionalidad no es gratuito, como tampoco lo es el hecho de que Bianca, su musa, sea siciliana.

Recordemos que la poesía en un inicio era cantada, por lo que toma una importancia fundamental el canto. Ésta es la voz de las musas que se ofrece al poeta en sueños, el sueño va a ser el espacio donde habita la poesía y del que el poeta estará siempre desterrado. La musa exigirá de él la mayor perfección y su presencia será vital. Por ello en la cinta la música es más que un elemento que acompaña, es un halo de sentido que camina a la par de la historia y ofrece otros significados.

Así pues, la nostalgia va a impregnar la obra de una poderosa melancolía, creativa aunque peligrosa, pues muchas veces se vuelve enfermedad que culmina con el suicidio o la pérdida de la razón, tal como sucede con Léolo. Recordemos que en la teoría de los humores se consideran cuatro: la sangre, la bilis amarilla, la flema y la bilis negra. A cada uno de las cuales le corresponde, según su naturaleza, un clima y temperamento; a la sangre, la primavera por su naturaleza caliente; a la bilis amarilla, el verano; a la bilis negra, el otoño por ser fría y seca; y  a la flema, el invierno.

El desequilibrio en alguno de los humores conlleva a la enfermedad. Para Aristóteles, quien definió una teoría de los temperamentos basada en los humores, la melancolía si era fría provocaba estupidez, pero si era caliente producía arrebatos de genialidad. En este último caso se hablaba de la “enfermedad sagrada”, padecida por artistas y genios. Las dos caras de ese temperamento melancólico las podemos encontrar en Léolo y su hermano Fernand, mientras que en éste esa frialdad lo vuelve torpe, en Léolo, de naturaleza cálida, hace que sea brillante y con un erotismo vital.

Pero la melancolía no sólo se presenta en el temperamento de Léolo, sino también en su entorno, la enfermedad sagrada abarca todo el universo del poeta, recordándole a cada paso su condición. Es por ello que el ambiente, las acciones y personajes no dejan nunca de ser algo surreal: el mar de objetos abandonados, la vecindad donde vive, el domador de sueños, el frío de Canadá y la calidez de Italia, la música y los hábitos. Éstos son en esencia simbólicos –como la obsesión de su padre–, llenan la cotidianidad de rituales en los que la presencia de los animales y la luz será fundamental. Por mencionar un ejemplo recordemos esa escena donde el pequeño Léolo es obligado a defecar junto a su madre en un baño iluminado por velas y con una pava enfermiza atrapada en la bañera.  

La familia es otro caso, en ella todos representan universos vistos desde fuera, desde la perspectiva de Léolo, quien sólo ofrece pequeños indicios de su complejidad, pues aunque en apariencia simples y descifrados, nunca llegamos a conocer más que el exterior de su locura. Se trata de seres que miran con ojos que no se adaptan a la realidad y al no ser capaces de adaptarse terminan sucumbiendo a la enfermedad y se vuelven locos. Por ejemplo Fernand, cuando muestra su dibujo de un conejo blanco sobre la nieve y por ello se le juzga idiota, quizá sólo los demás no fueron capaces de ver más allá de lo evidente. O cuando se descubre el escondite de Rita y le prohíben ese reino de oscuridad sumergido en la tierra, donde el rumor de los insectos la tranquilizaba y mantenía su juicio.

En Léolo el sueño salva: “Porque sueño, yo no lo estoy”, se repite; en tanto que es capaz de soñar, de soñarse y escribirse, de entrar y salir del dominio del sueño, de su verdadera realidad, podrá mantenerse en aquella otra donde domina la locura y la melancolía de ese mundo onírico. Pero al avanzar en la historia, mientras más se acerca a esa antigua patria negada en la que el canto de Bianca le brinda la luz que ilumina la realidad, el sueño se vuelve la enfermedad. Cuando esa pertenencia lo reclama, la tragedia de alcanzar lo imposible se traduce en la locura. Pero quién podría afirmar que ese ha sido un final desgraciado ¿cuál es el mejor final de un alma que no pertenece a un sitio donde se consumen sus fuerzas, pero donde es capaz de amar y de crear?

La nostalgia va más allá de una simple añoranza, pues ahí radica su esencia, la pertenencia a partir de su propia definición, en el sueño donde realmente se nace y se otorga la identidad materializada en el lenguaje como un nombre. No obstante, esa doble naturaleza del sueño y la realidad, cada una tan auténtica como la otra, lo determina; el sueño, Italia, la poesía y el canto que definen su esencia y procedencia,  y por otro lado la locura como algo genético que decreta su final.

El haber visto primero el Parnaso hace que la vida se vuelva más extraña, la vuelve grotesca, sin embargo, Léolo aprecia ese surrealismo, pues comprende que en ese contexto el desafío es adaptarse. Pero la belleza también se encuentra ahí, en medio de la sordidez, en la tranquilidad del caos, en el amor escondido en un grito desgarrador, en la tibieza del seno cálido repleto de grasa de su madre, en mirar un tesoro bajo el agua cuando se está a punto de morir ahogado.

Léolo (1992)
Director: Jean-Claude Lauzon

Guión: Jean-Claude Lauzon
Fotografía: Guy Dufaux
Productora: Coproducción Canadá-Francia; Les Productions du Verseau / Flach Film / Le Studio Canal Plus
País: Canadá
Duración: 107 minutos

 

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