Del sufrimiento al genio: un recorrido por la historia de la melancolía

 

Hay palabras dentro de las lenguas que, según la perspectiva de su época, adquieren diversos significados y, en la mayoría de los casos, distan mucho de lo que etimológicamente significaban. Un caso muy específico es la palabra melancolía. En nuestros tiempos, cada que se habla de esta palabra nos remitimos al sentimiento de tristeza y nostalgia, incluso a la imagen del hombre deprimido, pero eso no es más que el concepto implantado por los psicólogos.

El concepto de melancolía es muy antiguo pues data desde los mismísimos griegos, quienes reflexionaron, en un primer momento, sobre la conformación física del hombre y determinaron que había fluidos que asignaban “humores”, así se formó toda una doctrina alrededor de ellos. Los cuatro humores eran la sangre, la bilis amarilla, la flema y la bilis negra.

A la sangre le beneficiaba la primavera y era de naturaleza caliente y húmeda; a la bilis amarilla le correspondía el verano, era caliente y seca. La bilis negra era otoñal, fría y seca; finalmente, la flema era fría y húmeda como el invierno. Cada uno de estos fluidos estaba contenido en el hombre y si alguno de ellos se veía alterado, éste sufría las consecuencias con diversas enfermedades. Esto nos remite a que la melancolía no es más que una enfermedad para los Hipocráticos y para los Galénicos.

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El número cuatro era un número importante desde los pitagóricos, sí ése que nos dio problemas con la trigonometría, por lo que muchas veces se empataban los conceptos. Conforme pasó el tiempo, Empédocles trató de emparejar la cuestión física con la mental y se llegó a consolidar hasta Aristóteles con la teoría de los temperamentos y con ello la visión de esta enfermedad cambió.

Aristóteles, en su Problema XXX, habla de la sabiduría del hombre y lo primero a lo que apunta es que la melancolía es la “enfermedad sagrada” aquella que sólo los hombres admirables, es decir los héroes, poseen como Heracles o Ayax, pues dependiendo el humor predominante en cada hombre y las circunstancias en las que estuviera, el individuo se comportaría de una u otra forma.

Aristóteles explica que el humor melancólico es de naturaleza mixta, pues puede ser frío y caliente, por lo que, si es muy frío produce ansiedad, pero si pasa lo contrario y es demasiado caliente produce cánticos y éxtasis. Estos estados de ánimo son de la melancolía “natural”. Asimismo, el que posee el temperamento melancólico, es decir, el que por carácter es así, si es muy frío resulta torpe y estúpido, mientras que si es caliente, es brillante o erótico. Esta enfermedad melancólica era la que provocaba los arrebatos de exaltación de los sabios, los héroes y los artistas.

La enfermedad sagrada, para Aristóteles, también tenía comparación con el vino, pues ambos tienen la propiedad de generar aire, por lo que el borracho parece tener comportamientos diferentes a los cotidianos y, al igual que la melancolía donde el ser melancólico resulta exaltado o deprimido, incluso se pensó que una melancolía demasiado fría podría causar la muerte.

Como se puede ver, la idea que Aristóteles tenía de la melancolía dista bastante de la percepción moderna. Conforme pasó el tiempo, se le sumaron connotaciones distintas, hay quienes lo retomaron y fundamentaron nuevas doctrinas con sus argumentos, como Marsilio Ficcino, quien en el Renacimiento hablará del furor divino como una reinterpretación de la melancolía y ya para el romanticismo será la compañera del poeta.

Después de una densa explicación debamos, quizás, reflexionar cómo preferimos pensar en la melancolía: como algo triste en lugar de un impulso divino que los dioses nos concedieron para comportarnos como héroes o artistas o cuál fue el suceso que nos colmó de tristeza.

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