Canciones para días extraños: Tokio blues

 

Tokio blues, Norwegian wood, es una novela de Haruki Murakami en la que nos adentramos en una etapa crucial de la vida del protagonista, Watanabe: el final de la adolescencia. El hilo narrativo de esta historia es el afán de diluir oposiciones que limitan las posibilidades de vivir, lo cual plantea dolorosos episodios donde vencer esos muros a los que estamos tan acostumbrados, pero que no hacen sino cerrarnos el paso hacia una mirada mucho más amplia del mundo. Por supuesto, se tratan temas como la muerte, la soledad, el amor, la sexualidad, donde más comúnmente caemos en callejones sin salida al enfrentarnos a lo diferente.

La diferencia es fundamental en la novela, pues plantea un orden fuera de lo común que lleva a la reflexión. Por ejemplo, un hecho que irrumpe la normalidad de tres amigos, Naoko, Kizuki y Watanabe: el suicidio de Kizuki. La muerte en la plenitud de una vida llena de promesas. A partir de ello, la perspectiva de Naoko y Watanabe cambian porque se ha implantado en ellos ese halo desconocido que, por una parte obtura, pero por otra rompe y permite atravesar a otro nivel, donde conceptos fundamentales no son opuestos, sino complementarios.

Mientras que Naoko permanece sentada en la tranquilidad estéril de la muerte, Watanabe se resiste a partir sin haber emprendido el viaje. Ambos caminos son dolorosos y en ambos la belleza palpita con un ritmo de nostalgia constante. Los sentidos se exaltan y nosotros, como ellos, sentimos erizar la piel al sonido de “Norwegian Wood”, pues es precisamente esta canción el sitio donde, a partir de entonces, volveremos a ese trance. Microcosmos infinito que se repite llevado de un hilo diáfano pero vastísimo hacia otro nuevo, similar en lo esencial. La vida se despliega a través de relaciones personales, vínculos mundanos y espirituales. Siempre entre la vida y la muerte.

La pérdida está presente a cada minuto, en sus diferentes manifestaciones; todo hombre está a la disposición de sufrir de pronto el peso de un vacío extraño que le hace notarse mucho más alejado de la realidad. La cotidianidad acelerada y la ilusión de estabilidad silencian ese sentimiento, pero es urgente abrirse a ese dolor que nos llevará a nuevos sitios, ser capaces de crecer y quemarlo todo, aceptando que cuando vuelva su eco nada nos prepare para el dolor de volver a sentirlo.

Esta novela se propone como algo distinto a una simple historia, se trata más bien de una especie de recuerdo construido poco a poco con madera ajena y con la nuestra propia, por eso reina en ella un extraño sabor de incomodidad que no llega a aclararse; conocemos a una chica, nos invita a su habitación, charlamos y al día siguiente nos encontramos solos en el baño, tremendamente confundidos: ¿leímos Tokio blues o la novela nos leyó a nosotros?

 

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